P. Ricoeur expone que al recordar nos
atenemos a un pasado producido y reproducido socialmente y, Crespo expresa en
su texto, su deseo obligado a recordar y a sacar de su memoria la vida de sus
primeros años:
Lo he recordado todo, no
he perdonado nada, he sometido a todos los castigos la memoria para evocar una
sombra y una oscura fragancia de rumores entre el tumulto de las rosaledas
tocadas por esos vientos fantasmales que ciertas noches iban dejando en las
cayenas un rojo que nadie les había sentido antes: oleoso y hondo, un rojo que
se consumía en la misma fiebre en que padecían los crisantemos. Uno no
comprendía. Pero algo iba empezando a comprenderse en uno cuando los espíritus
escondidos en la música y la luz se soltaban y la angustia de los pájaros
nocturnos se materializaba en esa hora profunda que fluía configurando un
espacio virginal en que las cosas parecían esperar que nosotros les pusiéramos
nombres y todo se quedaba en esa calma estremecida y de sabor oscuro en la que
sólo un soplo de brisa separaba los sueños de la muerte (era como si la tierra
fuera una frágil cáscara de huevo) y de las ansiedades que se iban liberando un
dolor y desarraigo que habían trascendido para siempre las lindes en que podían
recuperarse los recuerdos. (132)
En ocasiones se percibe en su
autobiografía una memoria involuntaria al leerle, como cuando se encuentran
expresiones que cortan la idea central que está desarrollando, las que aísla
con paréntesis para retomarlas después. En el flujo de la experiencia en los
momentos vividos, Crespo se encuentra reunido con objetos particulares de su
mundo exterior: plantas, árboles, frutas, figuras humanas, sombras, creando formas
significativas:
Porque
así sobrevenían esos anocheceres de la infancia en que las puertas de las
sombras se abrían y se dejaban penetrar el mañana pero que ahora me resultan
casi imperceptibles porque la pompa de esas horas se ha disuelto en el tiempo
como el aire en el aire y es imposible verla a la pobre luz de la memoria.
(58).
En su narrativa, el acto autobiográfico le
lleva a recordar y evocar el pasado, en el cual hay un intercambio de
presencias y ausencias, de acciones que siempre plantean su regresión. Lo
anterior es ilustrado mediante la alusión en todo el texto de revivir lo
vivido:
Hace un poco de frío. No es
sólo el de la brisa que viene desde los tamarindos. Es el frío de las horas. Es
el frío de sentir que ni siquiera la historia de nuestra propia vida es
aprehensible. Hay tardes como esta en que la línea única del tiempo se nos
enreda entre las manos y entreteje esa urdimbre donde el pasado y el futuro
(ambos deslumbradores, infinitos y ciegos) se agarran con un placer de tigres
teniendo nuestra esperanza y nuestra vida por nudo del conflicto. (127)
La función más constante de las evocaciones en Largo ha sido este día, es la de modificar el significado de los
acontecimientos pasados, ya sea cargando de significados a lo que no lo tenía o
sustituyéndola por otra nueva:
El mundo suelta una luz
menos intensa para quien no recuerda tanto. Pero es posible que sean los miles
de cosas y sucesos de los que no nos damos cuenta los que al ir proyectando su
sombra en nuestra vida nos induzcan a verlo con esa húmeda luz de atardecer que
a veces tiene. Es como si el recuerdo nos hiciera de aire: uno ve sin ser
visto. (128)
Gusdorf, en su artículo “Condiciones y
límites de la autobiografía”, afirma que el problema en la autobiografía está en
que,
la recapitulación de lo vivido pretende valer por lo vivido en sí, y sin
embargo, no revela más que una figura imaginada, lejana ya y, sin duda alguna,
incompleta, desnaturalizada además por el hecho de que el hombre que recuerda
su pasado ha dejado de ser lo que era en ese pasado” (1991:13).
Hablamos de nuestros
recuerdos para evocarlos; y con Crespo esa es la función de su lenguaje, y de
todo el sistema de convenciones que lo acompaña, lo cual le permite, a cada
instante, reconstruir su pasado aunque este haciéndolo desde el presente para
reconstruir su vida:
(me sorprende
que me hayan rozado esas imágenes: las creía perdidas para siempre como esos
sueños que si no se recuerdan cuando uno abre los ojos no se recuerdan nunca
pero que en todo caso es preferible olvidarlos totalmente que recordarlos a
medias). Todo se halla en sosiego. Es como si la sombra quisiera darme otro
recuerdo para la larga ausencia que reinicio mañana. (237)
Con Crespo debemos tener presente las
palabras que llevan al uso de la memoria, entre ellas:
recuerdos, evocaciones, añoranzas, revivir, olvido, entre otras, que se
multiplican y vinculan de manera directa su autobiografía a la importancia de
la memoria y el tiempo en toda la narración: “Me dio sed, me dio fiebre, me dio
olvido” (199). Crespo tiene claro en su autobiografía el papel primordial que
juega su memoria, de ahí que al escribir se manifieste tantas veces con un uso
repetitivo de palabras arriba mencionadas y me gustaría, por ello, dejar
algunas citas que las contienen: “Recuerdo que me imaginaba una ciudad
de aire caliente donde las moscas no andaban por las paredes sino por el suelo,
donde los niños jugaban con carrozas y caballitos de oro en miniatura y […]”
(196); “La calma con centrada de la hora me revive esos miedos que
tenían el mismo color de la bruma”. (238); “casi alcanzo a evocar las
sensaciones que tuve cierta noche en que al conjuro de una palabras que servían
para anudar o desligar al viento se fueron oscuramente perfilando en mi conciencia
[…]” (94); y así un montón de ejemplos que las plasman y relacionan en
consonancia con la memoria. Para terminar, una frase de M. Augé que sintetiza
la importancia del olvido y, por tanto, de la memoria en el tiempo:
El
olvido nos devuelve al presente, aunque se conjugue en todos los tiempos: en
futuro, para vivir el inicio; en presente, para vivir el instante; en pasado,
para vivir el retorno; en todos los casos, para no repetirlo. Es necesario
olvidar para estar presente, olvidar para no morir, olvidar para permanecer
siempre fieles. (104)