G. Genette (1989) afirma que “El relato es una
secuencia dos veces temporal: hay el tiempo de la cosa-contada y el tiempo del
relato (tiempo del significado y el tiempo del significante)” (p. 89) y nos
invita a comprobar que una de las funciones del relato es la de transformar un
tiempo en otro tiempo. En el tiempo, expone varias categorías, la primera de
ellas, el “orden”, en la cual se plantea el problema de la ordenación temporal
del relato en relación con la historia. Aquí, G. Genette plantea las anacronías
narrativas que son todas las diferentes formas de discordancia entre el orden
de la historia y el del relato. Estas anacronías pueden orientarse hacia el
pasado o el porvenir, más o menos lejos del momento “presente”, y esto lo llama
alcance de la anacronía y, también,
puede abarcar, duración de historia más o menos larga, a lo que denomina amplitud. Emplea dos términos neutros
para evocar fenómenos subjetivos como son la prolepsis, maniobra narrativa que evoca por adelantado un
acontecimiento posterior y, analepsis,
evocación posterior de un acontecimiento anterior al punto de la historia donde
nos encontramos (lo que esta antes en la diégesis: recuerdo, evocación, etc).
Se presentan así, retrospecciones (analepsis) y anticipaciones (prolepsis). La
amplitud en la autobiografía de Crespo la tenemos ya relacionada en el capítulo
II, pero es necesario mirar como su narración está reflejada en analepsis:
Hace
un poco de frío. No es sólo el de la brisa que viene desde los tamarindos. Es
el frío de las horas. Es el frío de sentir que ni siquiera la historia de
nuestra propia vida es aprehensible. Hay tardes como esta en que la línea única
del tiempo se nos enreda entre las manos y entreteje esa urdimbre donde el
pasado y el futuro (ambos deslumbradores, infinitos y ciegos) se agarran con un
placer de tigres teniendo nuestra esperanza y nuestra vida por nudo del
conflicto. Y no podemos siquiera reflejarnos en el agua de los amaneceres o de
los tardos años porque nosotros mismos somos tiempo que fluye tiempo abajo y no
hay ni puede haber un punto inmóvil en la orilla (no hay siquiera una orilla)
desde donde mirar el río que pasa. Sólo nos queda la palabra para conjurar la
sigilosa presencia de las horas y llegar a esa playa de lo que pudo haber sido,
a ese esplendor, a esa utopía donde nosotros, los que vivimos a medio morir,
los incurables, los carcomidos por dentro, encontraríamos la orilla del
destino, los finales felices, el bosque de los sueños en donde el oso halla
panales, el venado remansos y el duende girasoles. Y, sin embargo, en esas
noches de arena en que la sombra de este mundo pasa por los almendros y nos
hace sentir que nuestros años no fueron sino un día y pensar que el mañana no
ha de durar más que el pasado. (p.27)
y prolepsis, o anticipaciones que
muestran de alguna manera su impaciencia narrativa: “Mañana en la mañana, esas
hojas oscuras tendrían el verde apasionado que nos hace regresar al pasado”
(13). Las analepsis repetitivas desempeñan una función de evocación mientras
que las prolepsis desempeñarían un papel de anuncio. (p. 126).
Marcas de prolepsis serán: para anticipar,
y marcas de fin de prolepsis pero ya es
hora de, volver atrás, etc.
Cuando existen prolepsis y analepsis en diferentes grados, y sin una clara
referencia temporal, estamos ante una anacronía (pérdida de toda referencia
temporal). La segunda categoría expuesta por Genette es la “duración”. Para
este autor, comparar la “duración” de un relato con la de la historia que
cuenta es una operación más difícil, porque según sus palabras “nadie puede
medir la duración de un relato” (p. 144). Para Genette es importante analizar
cómo se reparte y se organiza la diversidad en principio infinita de las
velocidades narrativas, ya que desde esa velocidad infinita, es necesario ver
la duración de la historia hasta la lentitud que está dada por la pausa
descriptiva en un segmento cualquiera del discurso narrativo.
GENETTE,
G. (1989). Figuras III.
Barcelona: Lumen.