Con Crespo, todo está aquí y ahora, todo
es posible porque existe la memoria. El sentido de totalidad se alcanza sin
prescindir de ninguna de las dimensiones de la conciencia y, por tanto, de la
vida: una educación sentimental, el amor, el paisaje y la ciudad, la reflexión
sobre la historia y la religión, el tiempo pasado y el presente más inmediato.
Es necesario recuperar la memoria, porque lo que se hace sin memoria constituye
un mundo falso: “Si a mi sombra le diera por ayudarme a evocar tantas cosas
perdidas entre los fosos y parapetos de la memoria y el torbellino de las
existencias efímeras y pudiera detenerme en el reino de las presencias perdidas
[…]” (Crespo, J. (1987). Largo ha sido este día. Bogotá: Plaza y Janes, p. 68).
La rememoración y las coordenadas en que
Crespo hace que los eventos se tornen significativos e inteligibles se
desenvuelven a partir de marcos grupales de lenguaje y de cultura compartidos.
Considero que la memoria es lingüística verbal, la memoria se encuentra mediada
con ayuda de los signos. Y no podía ser de otra forma toda vez que no hay
memoria por fuera del lenguaje, o al menos se ve de alguna manera
imposibilitada: su reconstrucción se dificulta. Y en tanto que las palabras son
sociales y constituyen la forma más directa de comunicar significados, cosas
como las imágenes para ser comunicadas tienen que ser expresadas a través de
palabras. Port eso he dicho que para recordar hay que pensar. En el lenguaje, en
todo caso, sea externo (de palabras) o interno (de pensamiento) se contiene lo
social, se posibilitan los recuerdos, las representaciones, las imágenes, las
ideas sobre el presente, pero también sobre el pasado, de ahí que sea tan
primordial el análisis de las categorías que vengo nombrando desde el comienzo.
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