La imaginería
poética de Crespo (1987), evoca intersecciones significativas de la mente, objetos y asociaciones
para retratar los diferentes estados de conocimiento a través de los cuales son
creados momentos en el tiempo:
El tiempo se
hacía lento. Cada minuto se iba madurando en la humedad de los helechos y entre
la carne oscura de las uvas. Un tiempo extraño (un tiempo que casi podía verse
lo mismo que los anillos, vetas y colores del tronco de un roble talado) venía
como un pájaro de humo penetrando en las redes del tiempo habitual de cada día,
pasaba, se hacía presente en el silencio de la temperatura recordando ese
aullido sofocado que se sentía latir en lo profundo de los sones de santería de
los negros. Quién lo hubiera creído: había otro tiempo gimiendo por debajo de
la monótona música de las horas con un ansia de bestias apareándose que le
ponía la carne de gallo a las violetas. Mi sombra lo sabía. Lo había visto en
los crímenes, las fugas y las persecuciones por los pasillos y escaleras de las
mansiones podridas de los sueños. El tiempo se hacía rumor, un aire denso.
(p.197)
Se abandona tan completamente a su tema y
a su papel de poeta abierto a todas las sensaciones, que corre el riesgo de la
desintegración del yo y vive en un
mundo atemporal, saltando constantemente de un tiempo o lugar a otro. Los espacios, ambientes y objetos con los que se encuentra y
llaman su atención, son conocidos por el lector a través de descripciones y
comparaciones en las que el pasado vivido y recordado es visto como el tiempo
ideal. “Tal vez se preguntaría por qué sería que nada en este mundo duraba ni
permanecía y qué sería lo que tendría que hacer un hombre para fijar en lo
inmóvil todo lo que ese viento que cruza las extensiones del tiempo le arrebata
[…]” (p.49).
CRESPO, José Manuel. (1987). Largo ha sido este día. Bogotá: Plaza y Janés.
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