Con Crespo (1987) el tiempo es manejado
a partir de su memoria y el deseo de expresar su intimidad, las cuales se
muestran como dimensiones de una conciencia escindida, entre lo interior y lo
exterior, entre lo personal y lo colectivo, que mira hacia las caras distintas
de ese tiempo:
Miro
esas ramas silenciosas, miro ese verde apasionado que me hace volver a los
ayeres y, al revivir aquellas horas en que los crisantemos eran macerados por
la brisa del sueño y el mar (¡ese ojo inmenso!) me daba lástima por lo solo,
tengo la sensación de trabajar con infinitos y no me queda más alternativa que
volver a la realidad, al orden frío […]. (p.67)
Crespo enfrenta una reconciliación de la
sucesión en el tiempo y las secuencias de causa y efecto con la acción
instantánea de la lírica. Decir que el tiempo es un constante fluir, quiere
decir que es un eterno e inevitable movimiento hacia el pasado.
Regresaríamos
por una de esas orillas donde se arruina el oro de los atardeceres a rescatar
nuestras visiones. Algo que oscuramente iba fluyendo de mi ayer a mi mañana me
hacía verme a mí mismo en el tiempo (¡en ese sol de la muerte que es el tiempo!).
(p.64)
CRESPO, José Manuel. (1987). Largo ha sido este día. Bogotá: Plaza y Janés.
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